viernes, 18 de enero de 2008

Paseo y Literatura

¡Entre la creación y el andar cuantas relaciones existen! El paseo sin objetivo, el paseo obersvador, el paseo como huida, o el paseo como descanso, cualquier sea el paseo genera ideas que nacen y se borran al ritmo del paso. La palabra modelada por el paso.
De eso entonces nos hablan esos escritores que paseando crean y así proponen a los visitantes del Deseo de andar de crear leyendo y paseando en un recorrido de palabras.
En la paredes de la sala se colgarán esas citas.

Mi bohemia (Fantasía), Arthur Rimbaud
Me iba, los puños en mis bolsillos rotos,
Mi gabán también se volvía ideal;
Iba bajo el cielo, ¡Musa! Y era tu leal;
¡Vaya! ¡Con cuantos amores espléndidos soñé!

Rayuela, Julio Cortázar
Así empezaron a vagar en un París fabuloso, dejándose llevar por las señales de la noche, cogiendo itinerarios nacidos de la frase de un mendigo, de una buhardilla encendida en el fondo de una calle negra (...).

Las viejitas, Charles Baudelaire, en Los cuadros parisinos en Las Flores del mal
En los pliegues sinuosos de las viejas capitales,
donde todo, incluso el horror, se hace encanto,
Espío, obedeciendo a mis humores fatales,
Seres singulares, decrépitos y amables.

Najda, André Breton
El pasado 4 de octubre, al final de una de esas tardes totalmente ociosa y muy monótona, como tengo el secreto para pasar algunas, me encontraba en la calle Lafayette; (...) sin objetivo, seguía mi camino hacia la Opera. (...) Observaba sin querer las caras, los atavíos, las actitudes. (...) De repente, mientras todavía está tal vez a diez pasos delante de mi, viniendo en sentido contrario, veo a una mujer joven, muy pobremente vestida, que también me ve o me ha visto.

La noche del oráculo, Paul Auster
Empezé por unos cortos paseos, no más que una o dos manzanas desde mi casa, y luego volvía. (...) Los pulmones sedientos de aire, la piel perpetuamente mojada de sudor, iba a la deriva como el espectador de un sueño de otro, observando el mundo que iba a su ritmo anhelante y extrañándome de haber sido, un día, igual a la gente que me rodeaba.

El campesino de Paris, El paseo de la Opéra, Louis Aragon
Paseaba sin pensar que iba a tener que volver a casa, mi buena ama de casa (...) Toma, no te impacientes, te doy de nuevo cacahuetes, todo un barrio de boulervards para afilar tus dientes bonitas.

El otoño, Lamartine
Sigo de un paso soñador el sendero solitario;
Me gusta recibir aún por última vez,
Este sol palideciendo, cuya luz débil
Atravesa apenas a mis pies la oscuridad de los bosques.

Tiempo de silencio, Luis Martín Santos
Pedro se detuvo un momento en la ribera misma de la playa para buscar un hito orientador, un trocito de arena libre sobre el que poder extender su espíritu y sus últimas lecturas.

La casa del pastor, Alfred de Vigny
Vete valiosamente, deja todas las ciudades;
No empañes más tus pies en los polvos del camino; (...)
Los grandes bosques y los campos son amplios asilios (...)
Camina a través de los campos una flor en la mano

La mala suerte, Stéphane Mallarmé
Siempre con la esperanza de encontrar el mar,
Viajaban sin pan, sin baston y sin urnas,
Mordiendo en el limon de oro del ideal amargo.

Los poetas, Léo Ferré
Ponen colores en el gris del pavimiento
Cuando andan encima se creen en el mar
Ponen cintas alrededor del alfabeto
Y salen en la calle sus palabras para darles una vuelta.

El sentimiento de la naturaleza en las Buttes-Chaumont, Louis Aragon
Sin pena ahora, me puse a descubrir la cara del infinito bajo las formas concretas que me escoltaban, caminando a lo largo de las alamedas de la tierra.
Paseaba entonces con embriaguez entre 1000 concreciones divinas. Me puse a concebir una mitología en marcha.

Los ensueños del paseante solitario, Jean-Jacques Rousseau, capítulo II
Habiendo formado entonces el proyecto de describir el estado habitual de mi alma (...), no vi ninguna manera más sencilla y segura (...), que la de mantener un fiel registro de mis paseos solitarios y de mis ensueños que les llenan.

La colmena, Camilo José Cela
Martín Marco vaga a través de la ciudad, no quiere ir a acostarse. (...) Le parece que la ciudad le pertenece más, a él y a sus semejantes que andan sin objetivo preciso con las manos en los bolsillos vacíos, la cabeza vacía, los ojos vacíos, con en el corazón (...) un vacío profundo e implacable.

A la sombra de las muchachas en flor, En busca del tiempo perdido, el tiempo recobrado, Marcel Proust
De manera que, mi espíritu habiendo tropezado entre algún año lejano y el momento presente, los alrededores de Balbec vacilaron y me pregunté si todo este paseo no era una ficción, Balbec, un lugar donde sólo había ido en mi imaginación.